
Ese día, en el preciso momento en el que asimilaba mi bolo alimenticio, pensé: "Esa taza es como el amor o como las relaciones". Aquel objeto me había dado otra lección para la vida. Supongo que todo empieza así para las personas, o sea, la taza (como el amor o las relaciones) son un regalo, un regalo bonito y muy apreciado, tan apreciado que depositas en ella el primer sustento del día; de todos y cada uno de los días de tu vida. Y digo que ello es así, pues cuando dos personas empiezan una relación todo está perfecto, lindísimo. Todo es como para el aplauso de la hinchada. Luego, en la medida que pasa el tiempo, la relación (como la taza) recibe golpes y caídas -unos más fuertes que otros, claro está-. De pronto, un golpe te da tan fuerte que pierdes el asa-oreja. La relación (como la taza, insisto) se queda sorda, no oye razones, y es acaso por eso que no funciona bien.
Otros golpes no sólo flagelan, sino que también provocan rajaduras. Algunos -como fue en mi caso-, optan por ver tal rajadura y siguen; son conscientes de que está, pero aun así continúan... ya sea por terquedad o por tolerancia (o por mero romanticismo) siguen a pesar del estigma. Yo seguí con el mismo fervor y pasión hasta que llegó ese momento, ese inesperado, inexorable y jodido momento en el que la situación es insostenible: la rajadura hace que la taza (como el amor) llore, simplemente porque la pobre no puede más. Parchada, arengada, querida, respetada, mimada, pero herida de muerte, la taza (como ya saben qué) llega a su último suspiro. Y, sí: ¡Duele tanto darse cuenta de eso!
Pensé -triste- en todo lo que habíamos pasado mi taza favorita y yo. Pensé en lo eterno que fuimos (o que pensamos ser). Lo pienso ahora mismo... y sigue doliendo.
No pretendo mentir: en realidad, no sé qué debe hacer cada uno con su taza, y es que eso es tan personal que sería casi una afrenta atreverme siquiera a aconsejar al respecto... en fin... En lo personal, yo mandé todo al carajo y no me deshice de mi adorada tacita, la guardé en un rincón seguro de mi armario, aunque no fuera más lo que solía ser. Porque pase lo que pase, uno no puede engañarse y aquélla siempre será mi taza favorita... mi amada tacita.