2008-06-21

Mi taza


8:00 am., todavía estaba algo dormido, pero me digo a mí mismo: "Tienes que avanzar". Carrera directa al baño, entonces. Lo primero es ir a lavarme los dientes y sacarme los kilos de sueño que traigo en toda mi humanidad. Empiezo a recobrar el sentido espacial ya estando en la cocina. Café, azúcar y agua: parte de mi buen desayuno en mi taza favorita. De pronto, una, dos, tres, cuatro, etcétera; sucesivas gotas chorreaban de mi rayado y colorido envase. La rajadura de la cual ya me había percatado meses atrás ahora sí empezaba a generar zozobra en mi queridísima tacita. Algo ocurría. En efecto, lo que pasaba era que mi taza lloraba. No, no estoy loco, eh, en serio, mi taza lloraba. La pobre ya no soportaba más. Es más, recuerdo que hace poco menos de un año reventé de cólera porque cuando, en mi matutina visita, entré a la cocina, vi que le faltaba el asa. Mi taza favorita se había quedado sin su oreja. Estaba sorda. Igual, la seguí usando hasta que ocurrió lo que ahora mismo relato.

Ese día, en el preciso momento en el que asimilaba mi bolo alimenticio, pensé: "Esa taza es como el amor o como las relaciones". Aquel objeto me había dado otra lección para la vida. Supongo que todo empieza así para las personas, o sea, la taza (como el amor o las relaciones) son un regalo, un regalo bonito y muy apreciado, tan apreciado que depositas en ella el primer sustento del día; de todos y cada uno de los días de tu vida. Y digo que ello es así, pues cuando dos personas empiezan una relación todo está perfecto, lindísimo. Todo es como para el aplauso de la hinchada. Luego, en la medida que pasa el tiempo, la relación (como la taza) recibe golpes y caídas -unos más fuertes que otros, claro está-. De pronto, un golpe te da tan fuerte que pierdes el asa-oreja. La relación (como la taza, insisto) se queda sorda, no oye razones, y es acaso por eso que no funciona bien.

Otros golpes no sólo flagelan, sino que también provocan rajaduras. Algunos -como fue en mi caso-, optan por ver tal rajadura y siguen; son conscientes de que está, pero aun así continúan... ya sea por terquedad o por tolerancia (o por mero romanticismo) siguen a pesar del estigma. Yo seguí con el mismo fervor y pasión hasta que llegó ese momento, ese inesperado, inexorable y jodido momento en el que la situación es insostenible: la rajadura hace que la taza (como el amor) llore, simplemente porque la pobre no puede más. Parchada, arengada, querida, respetada, mimada, pero herida de muerte, la taza (como ya saben qué) llega a su último suspiro. Y, sí: ¡Duele tanto darse cuenta de eso!

Pensé -triste- en todo lo que habíamos pasado mi taza favorita y yo. Pensé en lo eterno que fuimos (o que pensamos ser). Lo pienso ahora mismo... y sigue doliendo.

No pretendo mentir: en realidad, no sé qué debe hacer cada uno con su taza, y es que eso es tan personal que sería casi una afrenta atreverme siquiera a aconsejar al respecto... en fin... En lo personal, yo mandé todo al carajo y no me deshice de mi adorada tacita, la guardé en un rincón seguro de mi armario, aunque no fuera más lo que solía ser. Porque pase lo que pase, uno no puede engañarse y aquélla siempre será mi taza favorita... mi amada tacita.

2008-06-17

Clase maestra


El tortícolis
no es sabio por ser tortícolis,
sino porque nos enseña
a no mirar hacia donde está el dolor.

2008-06-15

Una del buen Bryce...


"Diablos... Tener que pensar, ahora, al cabo de tantos, tantísimos años, que en el fondo fuimos mejores por carta. Y que la vida le metió a nuestra relación más palo que a reo amotinado, también, claro. Pero algo sumamente valioso y hermoso sucedió siempre entre nosotros, eso sí. Y es que si a la realidad se la puede comparar con un puerto en el que hacen escala paquebotes de antaño y relucientes cruceros de etiqueta y traje largo, Fernanda María y yo fuimos siempre pasajeros de primera clase, en cada una de nuestras escalas en la realidad del otro. Esto nos unió desde el primer momento, creo yo. Y también aquello de no haberle podido hacer daño nunca a nadie, me imagino.

¿Qué nos faltó, entonces? ¿Amor? Vaya que no. Lo tuvimos y de todo tipo. Desde el amor platónico y menor de edad de una par de grandes tímidos hasta el sensual y alegre y loco desbarajuste de los que a veces tuvieron sólo unas semanitas para desquitarse de toda una vida, pasaría contigo, desde el amor de un par de hermanitos nacidos para quererse y hacerse el bien eternamente hasta el de un par de cómplices implacables en más de un asalto de delincuentes, y desde un par de jóvenes enamorados incluso del amor y de la luna hasta el de un par de veteranos capaces de retozar aún en alguna remota isla bajo el sol, no me importa en qué forma, ni dónde ni cómo, pero junto a ti... O sea que vaya que tuvimos amor de todo tipo y tamaño, pero siempre del bueno, esto sí que sí.

Cierto también es que nuestra lealtad fue siempre limpia y total, aunque aquí hay que reconocer, cómo no, que muy a menudo actuamos como dos jugadores en la misma cancha que juegan dos juegos diferentes con la misma pelota. Y quién puede negar ya, a estas alturas de la vida, que lo que nos faltó siempre fue ETA, es decir, aquello que los navegantes de aire, mar y tierra suelen llamar en inglés Estimated Time of Arrival. Porque la gran especialidad de Fernanda María y la mía, a lo largo de unos treinta años, fue la de nunca haber sabido estar en el lugar apropiado ni mucho menos en el momento debido.

O sea que jode, realmente jode..."


(Fragmento inicial de "La amigdalitis de Tarzán", de Alfredo Bryce Echenique)