2009-07-08

Todos los fuegos, el fuego




Hace mucho que no tenía contacto con la poesía. O sea, siempre pienso en ella, me acuerdo poemas o de cuando en cuando repito versos [o simplemente te miro a los ojos]. Sin embargo, el otro día, ante el inminente viaje Pueblo Libre - La Molina - Pueblo Libre (cortesía de mi hermano), chequeé entre mis libros el que me llevaría para el camino: "Las flores del mal", de Charles Baudelaire. Después de fechas tenía entre manos otro libro de poesía.

Releer a Baudelaire con algunos años más encima es otra cosa. Su poesía es vívida y por momentos desgarradora. La experiencia vital (a veces no tan grata) de Baudelaire se vuelca en su poesía como pocas. Insolente, escribe: "Cuando por un decreto de las fuerzas supremas,/ el Poeta aparece en este mundo hastiado,/ espantada su madre, con palabras blasfemas,/ le muestra el puño a Dios que le mira apiadado...". Maldito el poeta de los Poetas Malditos.

Fue Baudelaire quien despertó mi pueril curiosidad por Rubens con sus terriblísimos primeros versos de "Los faros": "Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,/ carnal almohada donde no se puede amar,/ pero donde la vida fluye, bulle y no cesa,/ como el aire en el cielo y la mar en la mar". ¡Ouch!

Dejo el que considero uno de sus más grandes poemas: "El albatros", que no es otra cosa que el visceral (auto)retrato del poeta. Dejo el poema que lacera cada una de las llagas. El que advierte que jugar con fuego es peligroso. Ése que es, de todos los fuegos, el fuego.



Charles Baudelaire - El albatros


Por diversión, a veces, los marineros capturan
a los albatros, grandes aves de mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al barco que navega sobre amargos abismos.


Ni bien los dejan sobre las planchas de cubierta,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
arrastran, lastimosos, sus grandes alas bla
ncas
al costado del cuerpo, como si fueran remos.

¡Qué torpe y débil es el alado viajero!
¡Tan bello hace un instante, qué feo y qué ridículo!

Para burlarse, uno le da a fumar en pipa;
otro, haciéndose el rengo, imita al que volaba.

El poeta es semejante al señor de las nubes,
que vive en la tormenta y se ríe del arquero;
exiliado en el suelo, abucheado por todos,
sus alas de gigante le impiden caminar.


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