2008-09-07

Sorry


Levantó algunos papeles de la mesa y se sentó con gesto adusto en el sillón. Leía (o al menos eso parecía hacer). Yo terminé de almorzar y me puse de pie pidiendo vagas disculpas al aire por el altercado. A los minutos, tomó sus papeles, los metió en el maletín y se fue.

Odio discutir, no me gusta para nada. Cuando lo hago, se me revuelve todo dentro en una suerte de indigestión espiritual. Odio discutir, insisto, sobre todo si con quien discutes es tu padre. Ya pasadas las horas siento una suerte de culpa, pero algo en el fondo me dice que ésta es una de las oportunidades en las que no hay que darle mucha vuelta a lo que se hizo. Dije cosas que (no) debí decir. Las dije y ahora me siento un tanto culpable y con esa necesidad de pedir disculpas pese a que algunas cosas que se dicen se dicen porque uno está legítimamente dolido.

Sin embargo, una vez más compruebo aquello de que sentir cosas feas -entre ellas, todo lo que implica discutir- termina envenenándonos a nosotros mismos y termina siendo aun más funesto que la misma discusión... en buen cristiano: no es bueno porque nos karmea feo. Y yo, para esas cosas, francamente paso.

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