2009-06-19

2009: Odisea a la UNI


Me emociona mucho ayudar a mi novia así como ella me ayuda a mí. Una entrevista para el curso de Tecnología Ambiental (y, por supuesto, el amor que le tengo) fue la razón por la que me aventuré con libro, música y cámara fotográfica hasta el otro extremo de Lima. Lo primero: tomar la línea correcta que me llevaría hasta la UNI. Todo hubiera ido bien si es que el viaje no hubiera durado el doble de lo que cualquier cristiano en su sano juicio calcula que duraría. He allí el primer escollo: sortear las avenidas (Plaza 2 de Mayo incluida) cerradas por el "bendito" Metropolitano de Castañeda.

Ya en plena avenida Túpac Amaru, tuve la "felicidad" de bajarme en la Puerta Nº 1 de la UNI, hecho hilarante (al menos para los demás) del cual no me había percatado hasta preguntarles a unos patas por la Facultad de Ciencias, quienes mirándome con cierta misericordia (aunque con una sonrisa medio cachosa), dijeron: "Aaaaa llllaaaa... Ciencias queda al otro lado de la Universidad. Tienes que seguir de frente, pasar Arquitectura, la cafetería, el estadio... Casi llegando al cerro. Mejor te hubieras bajado en la Puerta Nº 5 [Sí, claro... De haberlo sabido]". Yo me limité a decir gracias, pues mi cara de incauto ya lo decía todo.

Cuando llegué a Ciencias, había sorteado ya kilómetros de universidad, quitádome la chalina que llevé para abrigarme (pero que terminó haciéndome sudar copiosamente cual maratonista) y admirado un campus universiatrio que, aunque sin pompas, era lo suficientemente grande y académico como para hacerte inflar el pecho de orgullo. Luego de ello, al fin estaba entrevistando al dichoso Ingeniero y cumpliendo con mi cometido. Hasta que, tras 20 minutos de fructífera grabación, un ademán del entrevistado hizo que el artilugio de grabación cayera de mis manos con ansiosa velocidad al piso. Cuando vi salir la batería del aparato, temí lo peor... Y lo peor había pasado: los 20 minutos de entrevista se habían ido al carajo (y con ellos, yo al hoyo). Cuando el Ingeniero comprendió lo sucedido y vio mi cara de "Chavo, no te vayas", trató de repasar muy (pero muy) escuetamente lo que había dicho y responderme un par de preguntas más.

Luego de la entrevista vendrían las fotos al piloto de sistema de refrigeración de laboratorio. Cuando saqué mi cámara, pude tomar tantas fotos como un ciego cuenta estrellas. Como buen idiota, había olvidado las pilas en el cargador que se encontraba, nada menos, en mi casa. Menudo detalle. Tan pronto el Ingeniero me dijo que en 5 minutos salía a almorzar, bajé 4 pisos en 5 segundos y utilicé el mismo tiempo para torear los autos en la Túpac Amaru en busca de un par de alcalinas. Otros 30 segundos para comprar las primeras pilas que había y correr al laboratorio. Lamentablemente, los 40 segundos míos habían sido más de 5 minutos del Ingeniero. Ya se había ido. Tuve que esperar una hora y media a que llegara. Así lo hice.

Luego de la espera, cuando por fin estaba de nuevo en el lugar de los hechos, prendí la cámara y tan pronto hice la primera toma (o al menos el intento), un mensajito de "cambie baterías" dibujaba una nueva cara de autogol en mi rostro. ¡Las malditas pilas no habían durado ni mi pestañeo! Ya me había resignado a volver al día siguiente (con toooodoooo lo que ello implicaba) para tomar las fotos, pues el profesor me había dicho que ya no disponía de más tiempo por tener que preparar clase. Sin embargo, mi atávico instinto de autoconservación y mi más primitivo disconformismo me llevó a ir directo a la librería a comprar nuevas pilas y a pasarme por todo Ciencias en busca de algún alma caritativa que tuviera la llave del laboratorio y que con la solidaridad de la Madre Teresa me permitiera tomar fotos allí. Por suerte, encontré a alguien que me echó la mano y así por fin pude tomar las benditas fotos y cumplir mi misión. Felizmente, el viaje de vuelta tomó la mitad de tiempo, pues encontré otra combi que además de ir más rápido, me dejaba más cerca a casa.

Al igual que Ulises, yo también tuve mi Odisea y tengo mi Penélope, lo cual me lleva una feliz conclusión: ¡Las cosas que uno hace (con todo el entusiasmo del mundo) por amor!

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